Podría decirse que Boris Groys (Berlín, 1947) atravesó distintas épocas, diversos mundos. Criado en la difícil Europa de posguerra, estudió Matemática y Filosofía en la Universidad de Leningrado y participó en los circuitos no oficiales de intelectuales y artistas en Moscú.
A comienzos de la década del ochenta emigró a Alemania, se doctoró en la Universidad de Münster e inició un periplo académico que lo llevaría por escuelas de diseño, academias de arte y universidades de Alemania, Austria y Estados Unidos.
Quizás la amplitud y originalidad de su mirada se deba, justamente, al particular tránsito vital que le permitió conocer tanto la vida bajo el régimen soviético como el vértigo de los claustros universitarios del otro lado del Muro. Devenido crítico de arte y teórico de los medios, actualmente Groys vive en los Estados Unidos y suscita pasiones en ciudades de todo el mundo. Por caso, Buenos Aires. A principios de este mes más de setecientas personas se inscribieron a la charla virtual que, organizada por Malba y NYU Buenos Aires, acercó a Groys a los muchos seguidores locales de sus ensayos.https://5ff8c2365e5dbadcd4d8f06c6e1d7cb0.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-37/html/container.html
La pandemia también afectó al autor de Volverse público (Caja negra), que debió suspender viajes y practicar el aislamiento que fue la marca de este año. Poco afecto a la complacencia, no tiene problemas en afirmar que vivimos en una civilización básicamente frágil, sostenida en el más evanescente de los recursos, la electricidad, y expuesta a catástrofes de diverso tipo. Así y todo, es capaz de sonreír y pronunciar algo bastante parecido al optimismo: “Un aspecto quizás positivo de todo esto es que podemos sentir que estamos viviendo una aventura, todo el tiempo, inclusive sentados en casa frente a la computadora -dice-. Aunque no nos movamos demasiado por el contexto en que estamos viviendo, podemos sentir esta inestabilidad y por lo tanto este sentimiento de aventura.”
-Cuando comenzó la pandemia, ¿se identificó con quienes anunciaban el fin de una era o con quienes decían que nada iba a cambiar?
-Creo que se van a producir cambios, pero en la misma dirección en que ya veníamos: creciente importancia de las redes sociales, de todo lo remoto, de todo lo de naturaleza digital. Mientras la economía tradicional y las estructuras sociales tradicionales colapsan, hay un desarrollo mucho más acelerado de lo digital. Es decir, que con la aparición del Covid lo que se produjo es una aceleración de las últimas tendencias.
-En relación a la capacidad de vigilancia de internet, ¿cree que se producirá algún tipo de quiebre?
El control ejercido por internet -hablo de las distintas entidades que gobiernan internet- es un proceso que seguirá ocurriendo de todas formas. Porque las actividades de nuestra vida cotidiana suceden mediadas por lo digital, y eso se profundizó con la pandemia. En el mundo digital, dependemos de los algoritmos gobernados por Facebook o Google, pero mientras estas entidades nos controlan, nosotros no podemos controlarlas a ellas. Hay una asimetría en la relación.
-¿Qué posibilidades tenemos de equiparar esa asimetría? ¿Estudiar matemática?
-Bueno, inclusive sabiendo de matemática no veo que haya una solución a este problema (risas). Porque internet sigue estando controlado por las grandes corporaciones. Así que por un lado me mantengo escéptico. Pero por otro, me parece que una posibilidad que podría darse es que internet se rompa, se desmenuce, se desglose. Sabemos que hay una competencia entre Estados Unidos, China y otros países por el universo digital y esta competencia entre diferentes países y diferentes representantes del sector privado podría conducir a que se rompa internet. Lo sabemos, internet es una estructura extremadamente global, mientras que los estados nacionales y las autoridades locales son precisamente eso, locales. La globalidad de internet es lo que determina su enorme influencia. Pero si los poderes políticos rompen esa estructura, eso podría conducir a un sistema más pluralista, con diferentes servicios digitales dentro de un marco más bien plural.La globalidad de internet es lo que determina su enorme influencia. Pero si los poderes políticos rompen esa estructura, eso podría conducir a un sistema más pluralista
-En su libro Volverse público, usted habla del “diseño total de la vida”. ¿Qué diferencia hay entre la unión entre arte y vida que proclamaban las vanguardias y ese “diseño total”?
-Hubo un cambio que marcó el paso de la cultura tradicional a la cultura digital. Algo marcado sobre todo por el individuo, por cómo se presenta el individuo a sí mismo en términos globales. En la cultura tradicional eran las élites artísticas las que abordaban al individuo como tal y las que distribuían mundialmente diferentes textos, imágenes. Ahora cualquier persona lo puede hacer, y eso determina un cambio extremadamente profundo. Al mismo tiempo, todas las personas son targets individualizados del mundo de la publicidad. En el pasado, la gente se interesaba solamente por la vida privada de las estrellas, pero ahora esto le puede suceder a cualquiera, por la singularización de la que es objeto la persona, y el hecho de que todas las personas están siendo abordadas por los sistemas digitales. ¿Qué significa esto? Implica un cambio profundo, un cambio con respecto a la cultura de masas. ¿Qué significan las vanguardias? Las vanguardias eran una respuesta a la cultura de masas. Había una cultura de masas que estaba considerada kitsch, dirigida a las masas, que eran anónimas. Por otro lado estaban las vanguardias, que eran la expresión de la individualidad creativa. Actualmente, todas las personas están obligadas a un self-design, a un autodiseño, a la creación de su propia imagen en las redes sociales. Mientras anteriormente había una libertad artística, ahora hay una obligación artística, estamos obligados a presentarnos a nosotros mismos. Y no estoy hablando solo de unos elegidos, absolutamente todas las personas están obligadas a diseñar una imagen de sí mismas. Es el algoritmo que gobierna internet, y que nosotros vivimos como una nueva divinidad. Si nos fijamos en lo que ocurre en sitios o redes como Instagram o Facebook, vemos que tienen una función muy confesional, la gente postea lo que come, a quién se encontró, qué estuvo haciendo, sus opiniones. Pero cuando nos confesamos, ¿quién es el destinatario? En la cultura tradicional era dios. En la cultura contemporánea es el algoritmo, un dios invisible. A veces estamos todo el tiempo tratando de comunicarnos con ese dios que es el algoritmo y a veces recibimos una respuesta, que es la publicidad, con los productos básicos que el algoritmo cree que nos van a gustar sobre la base de nuestra conducta en internet.Las personas están obligadas a un autodiseño, a la creación de su propia imagen en las redes sociales. Mientras anteriormente había una libertad artística, ahora hay una obligación artística
-¿O sea que somos más tradicionales que modernos, nosotros que nos creíamos tan posmodernos?
-Absolutamente. Nuestra vida cotidiana está sujeta a una serie de leyes, e normativas, que no podemos ver. El lado oscuro de internet. Estábamos hablando de internet en cuanto a los sistemas algorítmicos, pero también está el hardware, los sistemas de transmisión que constituyen internet, una parte bien material, bien tangible, que de todos modos, está siempre oculta a nuestros ojos. No sé si esto sucede en la Argentina, pero en Estados Unidos y algunos países de Europa hay una explosión de teorías conspirativas, y esto es la nueva religión de nuestra era. No somos ni modernos ni posmodernos, estamos más bien volviendo a la época medieval, en la cual el mundo era entendido como una gran conspiración. Esto está ligado a internet, un lugar que no podemos ver, que solo podemos imaginar. Y esa imaginación dispara esas formas de la teoría de la conspiración.
-¿Así se explicaría por qué nuestra época se fascina tanto con la tecnología al tiempo que desconfía de la ciencia? Pienso en los antivacunas, los terraplanistas.
-Sí, estamos totalmente fascinados con la tecnología y desconfiamos de la ciencia. El concepto clásico de la ciencia es que está basada en la repetición. Si yo hago un experimento tengo que poder repetirlo y ese experimento repetido en varias oportunidades pasa a formar parte de la ciencia. Por el contrario, la experiencia individual, única, pertenece al ámbito de lo místico, de lo religioso. No es ciencia. La individuación es entonces la acumulación de experiencias personales que no son repetibles. Algo que tiene que ver con nuestra relación don la tecnología, que es una experiencia no repetible. Heidegger alguna vez dijo que la tecnología es la realización de la metafísica, ligada a la realización del destino. Esto significa que nuestra relación con la tecnología no tiene que ver con el conocimiento, es una relación de desconocimiento y al mismo tiempo ligada al destino. Muy en la línea de la tragedia griega.
-Que siempre termina horriblemente mal.
– Sí, totalmente (risas).Nuestra vida cotidiana está sujeta a una serie de leyes, e normativas, que no podemos ver. El lado oscuro de internet
-Esta idea del algoritmo como divinidad me recuerda al transhumanismo y las personas que están buscando cierta inmortalidad a través de medios tecnológicos, no espirituales.
-¿Cuál es la condición básica de la existencia humana? La finitud. Todos sabemos que vamos a morir. Ahora, bien, ¿qué es la inteligencia artificial? Una máquina, y la máquina no muere nunca. Entonces, la inmortalidad del ser humano sería igual a su maquinización, sería convertirlo en una máquina. Pero la máquina no piensa. El meollo de pensar es el miedo a la muerte. Cuando decimos que alguien es razonable, significa que es una persona que evita el peligro, para no morir. En este sentido, cuando se acumula la inteligencia, es el momento en que el ser humano, pasa a ser un objeto de cuidado a cargo de la máquina. Cuando el renacimiento empezó a forjar el humanismo, consistía en ver al ser humano como la fuente de poder, el más poderoso del planeta. El transhumanismo tiene una visión distinta: piensa en el cuidado del ser humano, que pasa a ser una criatura desdichada a la que hay que cuidar.
-¿Por qué solo podemos imaginar el futuro a través de distopías?
– Es muy difícil pensar acerca del futuro, probablemente porque quizás el futuro sea una continuación de las tendencias ya establecidas. Es interesante reflexionar sobre esta nueva civilización que se está forjando. La realidad es que son muchas las posibilidades destructivas y catastróficas en este actual sistema porque todo está basado en la electricidad. El sustrato material de internet es la electricidad. Y la electricidad es algo muy fácil de apagar, muy frágil como sistema. Si pensamos en la cultura babilónica o la cultura del antiguo Egipto, fueron culturas afectadas por catástrofes, pero aun así sus textos e imágenes sobreviven porque ellos los consagraron en piedra. Pero si algo sucede con la electricidad la memoria de nuestra cultura puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. La posibilidad de la catástrofe también es muy alta en términos culturales. Ahora bien, la catástrofe encierra en sí misma la posibilidad de un nuevo comienzo, y ese nuevo comienzo es también algo elevado. Pienso en un acueducto que vi en el sur de Francia una vez. Había sido construido por los antiguos romanos para transportar agua. Ya no transporta agua, pero sigue estando allí. Puede que en el futuro expongamos las computadoras no como medios, sino como reliquias, como ese acueducto romano.Si algo sucede con la electricidad la memoria de nuestra cultura puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Ahora bien, la catástrofe encierra en sí misma la posibilidad de un nuevo comienzo
-Está por salir un libro suyo sobre coleccionismo. ¿Cómo pensar una colección de arte en una época de tanta fragilidad?
– El coleccionismo de arte pasaba por los objetos, cosas tangibles que la sociedad identificaba como obras de arte. Pero ahora el arte es muy dependiente del contexto, es muy difícil entender una obra de arte contemporánea sin entender el contexto original en el cual esta obra fue creada. Por eso el arte contemporáneo se dirige cada vez más al evento, ya no tiene tanto protagonismo el objeto en sí, sino que cobran protagonismo las performances, los proyectos político y sociales, las exposiciones de corta duración. El estado de la reflexión sobre el contexto es algo muy inestable, e internet es el mejor lugar para documentar y proporcionar una descripción de ese contexto, mucho mejor que los museos, que son incapaces de dar lugar a todo ese material. Al mismo tiempo, en internet el archivo de la obra de arte es algo que no existe, porque es posible que las cosas desaparezcan. Tengo muchos amigos artistas que no confían en la imagen digital, y tratan de hacer algo físico porque temen que si se focalizan mucho en el evento y en lo digital puede llegar una instancia en que todo rastro de esa obra desaparezca. Lo que sí encierra internet es una promesa de divulgación, de publicidad para ese artista, a la vez que encierra una absoluta falta de estabilidad.
– ¿La marca de nuestra época?
-Sabés, es una marca de la vida humana en general (sonríe). Un aspecto quizás positivo de todo esto es que podemos sentir que estamos viviendo una aventura, todo el tiempo, inclusive sentados en casa frente a la computadora. Aunque no nos movamos demasiado por el contexto en que estamos viviendo, podemos sentir esta inestabilidad y por lo tanto este sentimiento de aventura. Una condición un poco extraña, vivir una aventura sentado ante la pantalla de una computadora.
Boris Groys nació en Berlín en 1947. Estudió Matemática y Filosofía en la Universidad de Leningrado. Luego se doctoró en Filosofía en la Universidad de Münster. Además de ocuparse de diversas curadurías de arte, fue docente en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe, la Academia de Bellas Artes de Viena y las universidades de Pensilvania, Filadelfia y Nueva York. Su obra ensayística se concentra en las vanguardias y el universo digital. Escribió Volverse público, Sobre lo nuevo: ensayo de una economía cultural, Bajo sospecha: una fenomenología de los medios.Por: Diana Fernández Irusta